Charlotte Mason le hizo un gran favor
al mundo cuando ella inculcó a los padres la importancia de
acrecentar el amor por la naturaleza en nuestros hijos. Ella observó
que los niños son atraídos al mundo natural “naturalmente”,
pero que ellos deben ser instruidos en cómo observar cuidadosamente
y apreciar las maravillas a su alrededor; porque de lo contrario, su
entusiasmo y su aguda observación morirán cuando alcancen su edad
adulta. Sentimos esta necesidad especialmente hoy en día, en un
mundo donde nuestros niños están rodeados por el entretenimiento
artificial, con la tecnología en la punta de sus dedos. Es mucho más
fácil ver una película o jugar un juego en la computadora que hacer
una caminata y ocupar activamente la mente en ello. Pero si el
estudio de la naturaleza es presentado en una manera positiva y
entusiasta, los niños no pasarán más días aburridos y apagados,
tratando de encontrar algo con que pasar el tiempo. Una vez que el
poder de observación ha sido estimulado, ellos son capaces de ver
los detalles de la gloria de Dios en la hoja más pequeña, mientras
que sus compañeros de juego sólo vean el pasto como un buen campo
de fútbol. Estoy de acuerdo con Charles Kingsley cuando escribió:
“He visto a un jovencito de
fuertes pasiones e incontrolable osadía, gastar esa energía que
amenazaba a diario con sumirlo en la imprudencia, si no en el pecado,
en la captura y la colecta, a través de rocas y pantanos, de la
nieve y la tempestad, a cada pájaro y huevo del bosque vecino...He
visto la joven bella de Londres, en medio de todo lo excitante y la
tentación de la elegancia y del alago, con un corazón puro, y con
su mente ocupada en un cuarto lleno de caracolas y fósiles, flores y
algas marinas, manteniéndose a sí misma oculta del mundo, por
considerar como crecen las lilas del campo.”
Un paso a la vez...